Ayer, en el curso de entrenador, estuvimos hablando sobre este tema, ¿cuál debe ser el objetivo del fútbol base: formar o competir?
La respuesta parece que es clara: formar. Pero, a la hora de la verdad, no todo el mundo (entrenadores, padres…) actúa de acuerdo a este objetivo. De hecho, hubo multitud de opiniones y en este artículo voy a plasmar algunas de las conclusiones más destacadas.
Formación como prioridad
Esta es la conclusión principal y la idea en torno a la cual tiene que girar nuestro trabajo como entrenadores de fútbol base. Nuestro objetivo principal no es otro que la progresión de cada jugador a nivel integral:
- Técnico: manejo del balón
- Táctico: posicionamiento en el campo, comportamientos ofensivos y defensivos…
- Físico-motriz: velocidad, fuerza, resistencia, coordinación…
- Psicológico: mentalidad, valores…
La primera cuestión que surgió fue la de cómo conseguir esta progresión integral, ¿agrupando a los jugadores por nivel o «mezclándolos»?
Personalmente, creo que la mejor manera de que un jugador evolucione será rodeándole de jugadores de su mismo nivel o superior. Un ejemplo muy sencillo, la mejor manera de que un niño bilingüe mejore su inglés será agrupándole con niños que dominen el idioma de manera similar y enseñándoles contenidos que desconozcan (sea gramática, ortografía o lo que sea). Si ese niño bilingüe (en 3º de primaria, por ejemplo) está en una clase en la que la mayoría de compañeros nunca ha hablado inglés, difícilmente consiga ampliar sus conocimientos.
No se trata de crear un «Alevín A» con los mejores jugadores para poder ganar, sino de agruparles en función de su nivel para poder entrenar contenidos al alcance de todos ellos y que favorezcan su progreso, de manera que ninguno de ellos permanezca «estancado». Si un Infantil de segundo año tiene nivel más que de sobra para jugar con los Cadetes, ¿por qué no va a entrenar y jugar con ellos?
Competición como forma de aprender
La siguiente cuestión planteada fue el papel que juega la competición: ¿competir para ganar o para aprender?
En mi opinión, el objetivo máximo de todo club debe ser el de formar un equipo senior de garantías que le permita aspirar a lo más alto. Hay equipos con mayor presupuesto que pueden incorporar a los jugadores más destacados de su categoría. Sin embargo, los equipos de menor presupuesto, no se pueden permitir estos lujos, por lo que los jugadores tienen que llegar desde las categorías inferiores del propio club.
Por lo tanto, el trabajo en la base juega un papel fundamental. Cuantos más y mejores jugadores consigan llegar al primer equipo, más posibilidades tendrá de conseguir sus objetivos. Y, para ello, necesitan jugadores formados correctamente. No importa el número de ascensos que hayan conseguido anteriormente o la cantidad de títulos que hayan ganado, si finalmente no son válidos para el primer equipo. Lógicamente, todos los éxitos que consigan a nivel colectivo aportan valor, pero no son determinantes.
Así pues y como ya he comentado en el primer apartado, la formación del jugador debe ser nuestra prioridad, por lo que la competición se debe emplear como un medio para crecer. Es decir, se compite para aprender y no sólo para ganar. Podemos considerar la competición como un entrenamiento más, con las reglas del juego, 11 contra 11, dimensiones mayores…
Resultados: importantes pero no decisivos
De acuerdo, la competición sirve para aprender, pero ¿se aprende mejor cuando se gana?
Esta fue otra de las cuestiones que surgió. Es cierto que las victorias generan confianza, tanto individual como colectivamente. El hecho de obtener buenos resultados tiene una serie de efectos positivos:
- Genera dinámicas de grupo positivas
- Mantiene motivados a los jugadores
- Aumenta la confianza de todos ellos en el trabajo diario
Mientras que cuando esto no sucede, puede generar todo lo contrario: desmotivación e incluso abandono del club en busca de otro en el que las opciones de ganar sean mayores. Sin embargo, casi siempre se aprende más de los errores que de los aciertos. Jugar contra equipos superiores y perder, te hace ver las carencias y los puntos débiles de tu equipo y trabajar en base a solucionar sus necesidades.
Por el contrario, el hecho de jugar contra equipos muy inferiores y conseguir goleadas, por un lado, oculta errores que se puedan estar cometiendo, que al jugar contra un rival menor no tengan importancia. Por otro lado, pueden conducir a un estado de confianza y relajación que afecte al rendimiento del equipo y, a la larga, acabe pasando factura. Es decir, que en muchas ocasiones las victorias también pueden influir indirectamente de manera negativa en la progresión del equipo.
La formación es el objetivo, la competición es el camino y los resultados serán una consecuencia del correcto desarrollo de ambos.